Letargo
Hace una parada y se gira por completo para hacer un balance de todo el trayecto recorrido. Pero no se da cuenta: eso no importa; no importa mirar hacia atrás. Sin embargo, no presta atención a lo que falta por caminar. No sabe si el día está clareando o si las nubes impedirán el paso de la luz. Prefiere clavar la mirada en el piso. Lo andado ya no lo puede desandar.
Qué difícil es discernir cuando la mente está aletargada. Las ideas que antes iluminaban, ahora están adormiladas y no sirven ni siquiera de bordón para caminar. Por eso el paso es cada vez más pesado. Busca, jadeando, cualquier lugar para descansar. No hay regreso, ¡cuántas veces ha hundido los pies en el lodo, pensando que está sobre tierra firme! ¡Cuántas veces el sol se ha asomado por el cielo lleno de nubes para esconderse otra vez! Una voz sale del fondo del alma, es débil, no tiene la fortaleza de antes: "Pasará, esto no es para siempre".
Pero el lodo y el cielo nublado y el cansancio y el hambre y el sopor interno siguen ahí: achican los ánimos y oscurecen la voluntad. Es un punto de quiebre para dejarse morir o seguir adelante. Son también las circunstancias ideales para deslumbrarse con luces de bengala que dan esperanza fugaz. ¿De qué sirve emprender un viaje con tanto vigor y empeño si ahora no se puede seguir? Desesperanza. Fatiga. Cansancio. Desilusión. Inconstancia. Tristeza. Vacío. Amargura. Soledad.