Y no saben el miedo que tengo... No por el nuevo DT (ya ven que el gran defecto de las Chivas es Vergara y sus decisiones, pero bueno) si no porque es casi seguro que lo vea con un mega aficionado de Pumas que se transforma cual HULK (eso me han dicho...) si a la Universidad no le va bien.
Obviamente en el fondo de mi corazón (y también en la superficie) quiero que ganen mis Chivas con Omar Arellano, Michel, Aarón Galindo, Ramoncito, en fin... todo este cuadro maravilloso de jugadores... peeeero espero que este aficionado de Pumas no se me ponga muy punk... Si pierden mis Chivas, lo tomaré de manera deportiva y lloraré sola para guardar el orgullo y que nadie me vea. Peeero, no van a perder.
jueves, 23 de abril de 2009
martes, 21 de abril de 2009
El tiempo está cañón
Esto de ser espacio-temporales está muy difícil. Quien diga que el tiempo es relativo, le recomiendo buscar unas fotos suyas de niño y simplemente observar todos los cambios físicos que ha sufrido. Pero regreso a la idea primaria: está muy difícil, porque todas las decisiones que tomamos tienen consecuencias y pase lo que pase, no lo podemos cambiar, igual medio componerle, pero no modificar.
Me vino a la cabeza esta cuestión filosófica del espacio y tiempo porque soy fan de Lost y precisamente en esta serie juegan mucho con estos dos factores, que no son lineales como en la realidad; y si en la vida real se complica con el pasado y el presente bien definidos, no les quiero contar lo que se vuelve cuando literalmente no sabes en qué año vives, o naces dos décadas después de cuando vives.
En fin: a veces tanto cuestionamiento sobre el tiempo creo que puede ser una pérdida de tiempo... hay que aprovechar lo que venga, cuando venga y si no era el momento, ya el tiempo lo dirá. Es una frase muy manoseada, pero es muy sabia cuando se entiende a fondo a lo que se refiere.
Me vino a la cabeza esta cuestión filosófica del espacio y tiempo porque soy fan de Lost y precisamente en esta serie juegan mucho con estos dos factores, que no son lineales como en la realidad; y si en la vida real se complica con el pasado y el presente bien definidos, no les quiero contar lo que se vuelve cuando literalmente no sabes en qué año vives, o naces dos décadas después de cuando vives.
En fin: a veces tanto cuestionamiento sobre el tiempo creo que puede ser una pérdida de tiempo... hay que aprovechar lo que venga, cuando venga y si no era el momento, ya el tiempo lo dirá. Es una frase muy manoseada, pero es muy sabia cuando se entiende a fondo a lo que se refiere.
jueves, 16 de abril de 2009
Le sale carísimo...
Después de ver las noticias ayer en la noche y analizar el aparato de seguridad del presidente Obama, la verdad no pude más que sentir, mmm... no sé si lástima o qué: el costo del lugar donde está es su libertad. Concluí lo siguiente:
P= (A-L)R
P= Presidente
A= Amenazas
L= Libertad
R= Responsabilidad
Y creo que me quedé corta con la ecuación...
P= (A-L)R
P= Presidente
A= Amenazas
L= Libertad
R= Responsabilidad
Y creo que me quedé corta con la ecuación...
miércoles, 15 de abril de 2009
Vamos por la quinta: antes del complot
Mi gran amor (platónico y ficticio) se llama Edmond Dantés, el mismísimo Conde de Montecristo. Empecé por quinta vez a leer esta excelente obra de Alexandre Dumas que, para mí, describe el cambio de vida de un hombre profundamente marcado por el dolor, el sufrimiento y la traición. Quien leyó el libro sabe que es muy marcado el antes y el después: vive con el protagonista el punto de quiebre, la desesperanza, el dolor, el desánimo, el coraje y la venganza.
Dantés, alguien que ni en el más lejano de sus pensamientos se imaginaba que iba a ser objeto de una vida tan amarga y a la vez tan prolífera en el terreno material... ¿Qué mueve al hombre? ¿Qué es el perdón? ¿El fin justifica los medios? El lector saca su propia conclusión. Mientras tanto, yo sigo en mi lectura, antes de el complot fatal.
Dantés, alguien que ni en el más lejano de sus pensamientos se imaginaba que iba a ser objeto de una vida tan amarga y a la vez tan prolífera en el terreno material... ¿Qué mueve al hombre? ¿Qué es el perdón? ¿El fin justifica los medios? El lector saca su propia conclusión. Mientras tanto, yo sigo en mi lectura, antes de el complot fatal.
martes, 14 de abril de 2009
Einstein me falló con la demencia
Soy fan de las frases de Einstein (o por lo menos de lo que dicen que decía, porque ya uno nunca sabe quién le atribuye qué a quién) y en mi iGoogle tengo un gadget con frases diarias de este ¡Oh Master Yoda científico! (y no es burla, creo que fue un gran hombre). Pero hoy de plano me falló: "Insanity: doing the same thing over and over again and expecting different results". Traducción literal: "Demencia: hacer la misma cosa una y otra vez y esperar resultados diferentes".
Me falló porque me dijo demente a mí y a todos los que diario le echamos ganas y tratamos de construir algo poco a poco... Me falló, porque los que todos los días hacen (o hacemos) lo mismo, son (o somos) unos imbéciles que nada más pierden el tiempo; o decirnos locos es todo un cumplido porque una de las cosas más difíciles es hacer lo mismo una y otra vez con el convencimiento de que el que persevera, alcanza; y creo que una de las cosas más difíciles y áridas -pero al mismo tiempo de las más gratificantes a largo plazo- es la perseverancia.
Me falló porque me dijo demente a mí y a todos los que diario le echamos ganas y tratamos de construir algo poco a poco... Me falló, porque los que todos los días hacen (o hacemos) lo mismo, son (o somos) unos imbéciles que nada más pierden el tiempo; o decirnos locos es todo un cumplido porque una de las cosas más difíciles es hacer lo mismo una y otra vez con el convencimiento de que el que persevera, alcanza; y creo que una de las cosas más difíciles y áridas -pero al mismo tiempo de las más gratificantes a largo plazo- es la perseverancia.
domingo, 12 de abril de 2009
Me censuré
... O sea "incurrí" en autocensura -por prudencia según yo- y tiré a la basura mi derecho a la libertad de expresión y a mi filosofía de moda: "porque me da la gana". Ni modo. Ahora la pluma está seca y no tengo mucho que decir. Literalmente perdí el estilo, sólo que literario. Todo es sujeto, verbo, predicado, punto: una manera sencilla de tomar el teclado bajo los dedos y escribir sobre lo que me dicen, es cómodo. En este post no me importa escribir sin sentido, tengo que volver a aflojar la agilidad mental... o quizás de manera inconsciente la tengo atrofiada porque es mucho más sencillo no pensar y ahorita no estoy como para complicarme la vida. En fin. Hasta la siguiente... ¿Y las entradas que censuré? No las voy a publicar, definitivo. Por prudencia. Sigo cercenando mi libertad de expresión.
miércoles, 1 de abril de 2009
Una crónica frustrada
Esta es una crónica que escribí en El País y nunca se publicó.
Concha, una indígena oaxaqueña, vive en Santa Rosa, en Atlacomulco, Estado de México, desde hace poco más de 21 años. Conoció a Juan, su marido de origen mazahua, en la Ciudad de México y decidieron establecerse en esta comunidad, donde el padre de Juan era ejidatario.
Se oye un grito antes de subir a la lomita donde está la casa: “¡Concha!”. Es una precaución para que la dueña salga y el perro que está ahí no muerda a los visitantes. A pesar de esta prevención se oyen los ladridos. Sale Concha y contesta: “¡Pásele!”.
Hay una pequeña cuesta antes de llegar a la lomita. La casa está a un lado de la carretera mal asfaltada. Más que casa es un jacal que sólo se compone de un árbol seco y tres cuartos construidos sobre la tierra: uno es la cocina –que está hecha sólo de madera –, y los otros son las habitaciones, de concreto. No tienen baño.
Con su español mal estructurado, pero alegre y armonioso, comienza la entrevista en una cocina improvisada, que no tiene más mobiliario que una mesa de madera, un comal sobre un anafre y una estufa de gas. Concha dice su verdadero nombre: “María Alfonsa Aparicio Martínez, ese es completo mi nombre”.
Huele a humo y falta el aire. A pesar de las condiciones precarias de vida, está limpio. Los pollos entran y salen piando y el guajolote persigue a todo lo que se mueve. Juan está sentado, artrítico y cabizbajo, en una silla vieja debajo del árbol. Afilia como puede un machete –el que alguna vez usó en el campo – con sus manos deformadas por la enfermedad. Han mejorado las condiciones de la casa, según cuentan. Pero no por ayuda del gobierno, sino por una fundación de la iniciativa privada que lleva algunos años trabajando para mejorar la comunidad: “Le digo la verda, ese techo nos cambió la señorita Sonia, esa sí nos ayuda. Si viera visto como estaba nuestra casa antes, toda rota. Tenía ese techo de lámina, nada más que todo roto”.
A pesar de haber construido una casita en parte de lo que fue el ejido del padre de Juan, no tienen papeles para comprobarlo. Es un terreno comunitario, según explican, donde la gente gana un espacio de tierra y se da por supuesto que es suya. El gobierno municipal les quitó unos metros y no pueden hacer nada: “¿Sabe cuánto nos chingó de ese terreno? Como tres metros. Porque más o menos entendemos que no tenemos papel escrito”.
Aquí viven todos: Concha, Juan, sus cinco hijos, una nuera y dos nietos. No tienen agua ni teléfono ni baño. Sólo luz eléctrica, por la que pagan poco más de 12€ al bimestre. El agua la recolectan cada tres días, por la escasez que hay en la región, y se la compran a la vecina que les cobra 3.5€ al mes; ya deben tres meses. Lavan la ropa “a la hora que llega el agua”. Juan explica porqué no tienen drenaje: “No hay oportunida para meter el agua, no nos alcanza el dinero”.
En el día comen lo que pueden, así viven: “Haciendo sacrificios, la verda. Le digo que ahorita va a llegar mi muchacho. Mi hijo es la que me ayuda, mi José Luis, con lo que gana (poco más de 3.5€ a la semana). Más o menos poquito. Nos da para comer. Ahorita trae un pedacito de pollo y si no trajo, pues se va en una carrera a traer algo. Como yo tengo pollos, no compramos huevos, los juntamos en dos días; ya encuentro seis huevos, ya encuentro diez huevos. Cuando no alcanza yo también le ayudo”, contesta Concha.
Según las estadísticas de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI), de las comunidades locales en México que tienen más del 40% de población indígena, el 30.7% de las personas laboralmente activas no reciben ingresos por su trabajo y el 22.2% recibe de uno a dos salarios mínimos al mes, lo que equivalente a 8€ aproximadamente.
Los principales problemas de todas las comunidades indígenas en México los originan las condiciones precarias en las que viven. Las mujeres son víctimas de la violencia doméstica, los niños no van a la escuela y cuando lo hacen, el rendimiento es bajo por los problemas de nutrición. Los hombres gastan la raya en alcohol. Sin embargo, la resignación, quizá fundada en la ignorancia, los hace seguir vivos. “¿Por qué hago corajes?”, dice Concha, “Yo tengo mi casita, como sea, pero la tengo”.
Concha, una indígena oaxaqueña, vive en Santa Rosa, en Atlacomulco, Estado de México, desde hace poco más de 21 años. Conoció a Juan, su marido de origen mazahua, en la Ciudad de México y decidieron establecerse en esta comunidad, donde el padre de Juan era ejidatario.
Se oye un grito antes de subir a la lomita donde está la casa: “¡Concha!”. Es una precaución para que la dueña salga y el perro que está ahí no muerda a los visitantes. A pesar de esta prevención se oyen los ladridos. Sale Concha y contesta: “¡Pásele!”.
Hay una pequeña cuesta antes de llegar a la lomita. La casa está a un lado de la carretera mal asfaltada. Más que casa es un jacal que sólo se compone de un árbol seco y tres cuartos construidos sobre la tierra: uno es la cocina –que está hecha sólo de madera –, y los otros son las habitaciones, de concreto. No tienen baño.
Con su español mal estructurado, pero alegre y armonioso, comienza la entrevista en una cocina improvisada, que no tiene más mobiliario que una mesa de madera, un comal sobre un anafre y una estufa de gas. Concha dice su verdadero nombre: “María Alfonsa Aparicio Martínez, ese es completo mi nombre”.
Huele a humo y falta el aire. A pesar de las condiciones precarias de vida, está limpio. Los pollos entran y salen piando y el guajolote persigue a todo lo que se mueve. Juan está sentado, artrítico y cabizbajo, en una silla vieja debajo del árbol. Afilia como puede un machete –el que alguna vez usó en el campo – con sus manos deformadas por la enfermedad. Han mejorado las condiciones de la casa, según cuentan. Pero no por ayuda del gobierno, sino por una fundación de la iniciativa privada que lleva algunos años trabajando para mejorar la comunidad: “Le digo la verda, ese techo nos cambió la señorita Sonia, esa sí nos ayuda. Si viera visto como estaba nuestra casa antes, toda rota. Tenía ese techo de lámina, nada más que todo roto”.
A pesar de haber construido una casita en parte de lo que fue el ejido del padre de Juan, no tienen papeles para comprobarlo. Es un terreno comunitario, según explican, donde la gente gana un espacio de tierra y se da por supuesto que es suya. El gobierno municipal les quitó unos metros y no pueden hacer nada: “¿Sabe cuánto nos chingó de ese terreno? Como tres metros. Porque más o menos entendemos que no tenemos papel escrito”.
Aquí viven todos: Concha, Juan, sus cinco hijos, una nuera y dos nietos. No tienen agua ni teléfono ni baño. Sólo luz eléctrica, por la que pagan poco más de 12€ al bimestre. El agua la recolectan cada tres días, por la escasez que hay en la región, y se la compran a la vecina que les cobra 3.5€ al mes; ya deben tres meses. Lavan la ropa “a la hora que llega el agua”. Juan explica porqué no tienen drenaje: “No hay oportunida para meter el agua, no nos alcanza el dinero”.
En el día comen lo que pueden, así viven: “Haciendo sacrificios, la verda. Le digo que ahorita va a llegar mi muchacho. Mi hijo es la que me ayuda, mi José Luis, con lo que gana (poco más de 3.5€ a la semana). Más o menos poquito. Nos da para comer. Ahorita trae un pedacito de pollo y si no trajo, pues se va en una carrera a traer algo. Como yo tengo pollos, no compramos huevos, los juntamos en dos días; ya encuentro seis huevos, ya encuentro diez huevos. Cuando no alcanza yo también le ayudo”, contesta Concha.
Según las estadísticas de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI), de las comunidades locales en México que tienen más del 40% de población indígena, el 30.7% de las personas laboralmente activas no reciben ingresos por su trabajo y el 22.2% recibe de uno a dos salarios mínimos al mes, lo que equivalente a 8€ aproximadamente.
Los principales problemas de todas las comunidades indígenas en México los originan las condiciones precarias en las que viven. Las mujeres son víctimas de la violencia doméstica, los niños no van a la escuela y cuando lo hacen, el rendimiento es bajo por los problemas de nutrición. Los hombres gastan la raya en alcohol. Sin embargo, la resignación, quizá fundada en la ignorancia, los hace seguir vivos. “¿Por qué hago corajes?”, dice Concha, “Yo tengo mi casita, como sea, pero la tengo”.
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